domingo, 20 de abril de 2014

Verde Pasión

  El humo iba en decadencia de forma ascendente. La habitación se convirtió en un sauna con nubes hilarantes, y tú seguías a mi lado.

  Tus ojos de esmeralda se inundaban de azufre volcánico, mientras tus pupilas miraban las mías. Solo éramos tú y yo contra el mundo.

  A nuestro al rededor un gran silencio empapaba la habitación, solo podíamos escuchar nuestros latidos que poco a poco se aceleraban. El reloj marcaba las nueve, pero en nuestros corazones eran las cuatro veinte.

  Sentado en el suelo y tú recostada en mis piernas, viajamos a un mundo de paz. Nuestras mentes se abrieron, buscando la luz de la sabiduría interna. En un minuto dejamos de ser tú y yo, para convertirnos en un nosotros. Y en la oscuridad de la habitación solo se escuchaban risas entrecortadas, sin razón, sin gracia, éramos nosotros mofándonos de todo lo que nos rodeaba.

  De pronto comenzamos a sentir secas nuestras bocas, teníamos sed, sed de nuestros besos. Comenzamos a sentir hambre, hambre de nuestros cuerpos. Y en un parpadeo, en medio del viaje, sin cinturón de seguridad, unimos nuestros espíritus para la eternidad.

  Éramos tú y yo. Éramos nosotros. Éramos el humo. Éramos nuestro propio viaje. Éramos nuestra propia droga.

viernes, 18 de abril de 2014

Mis Demonios

— Cuando el silencio sea la única persona que responda tus llamadas – Dijo ella – te acordarás de mí.
Yo no entendí sus palabras, no las quise entender.
A diario la visitaba, caminábamos por las calles de su vecindario, le gustaba que la tomé de la mano, no le importaba sentir mi sudor, ella me amaba.
Hacía chistes de las personas que observábamos solo para verla sonreír, adoraba ver su sonrisa blanca y sincera, disfrazando sus problemas.
Por las noches, cuando llegaba a casa, me gustaba imaginar historias en las que ella era feliz, un mundo en donde su hermano no era drogadicto, su padre no era un ebrio, y su madre y ella no tenía que soportar las golpizas que él les daba al llegar a casa. Todo esto mientras pensaba «Haría lo que fuera por ella».
  Estuvimos juntos, hasta que llegó el momento de separarnos. Cada quien eligió una universidad diferente, y ese fue el fin. O eso creía yo.
  Fui creciendo y conociendo a gente nueva, gente que me enseñó lo que significaba ser joven y libre.
  Tuve tantos amigos como me fue posible, conocí a un sinfín de chicas, fui a tantas fiestas y tomaba todo el alcohol que la noche me permitía para terminar sin un solo recuerdo de lo sucedido.
  Ir a fiestas era recurrente en mi vida diaria, pero poco a poco se tornaron monótonas, hasta que un día, un amigo me presento a su mascota, un perico que le permitía estar despierto toda la noche sin sufrir estragos por el alcohol.
  Poco a poco fui introduciéndome más a ese mundo. Haciéndome daño sin saberlo.
  Cierto día me reencontré con ella, aquellos pubertos que se querían, ahora eran adultos. Nuestros cuerpos habían cambiado, ya no éramos los mismos niños de 18 años, pero el amor que sentíamos seguía intacto.
  La invité a salir, la tomé de la mano como antes lo hacía, y la volví a hacer sonreír. Extrañaba verla feliz, extrañaba verme feliz.
  A partir de ese día, cada noche iba a visitarla, su padre aún bebía, pero su hermano ya había fallecido, a ella le dolía, pero no lo admitía.
  Una tardé recibí una llamada suya, estaba llorando desesperada, yo no entendía ni una sola palabra. Corrí sin pensarlo hasta su casa, ella estaba a fuera, mientras una patrulla alumbraba la calle. Su padre había golpeado a su madre, otra vez, pero esta vez ella quiso defenderla, mala idea. Su padre la había golpeado en la mandíbula, dejando una gran herida en sus labios, esos labios que por años fueron mi perdición. La tomé en mis brazos y al oído le susurraba «todo estará bien, yo estoy aquí para ti, y así será siempre».
  A partir de ese momento yo estaba más que decidido a trabajar día y noche sin descanso alguno, hasta tener el dinero suficiente para hacerla mi esposa.
  Pasó más de un año, pero ella me esperó pacientemente. Fue una boda con poco lujo y mucho amor. Mis amigos se acercaban y me decían con alegría, «te sacaste la lotería». Y tenían toda la razón.
  Conseguí un buen trabajo en un hotel de la ciudad. Ahí me reencontré con un amigo de la universidad, nos saludamos felizmente después de no habernos visto en años.
— ¿Qué te parece si terminando, nos vamos a tomar una como la gente? – Dijo él — Para recordar los buenos tiempos.
  Acepté, una cerveza no se le niega a nadie.
  Fuimos a un bar muy conocido en la ciudad, tomamos una, luego otra, y otra, y otra más. Cuando al fin me di cuenta, ya eran las 4 de la mañana y yo ya estaba hasta el culo de borracho. Tomé un taxi y llegué a casa. Ella estaba dormida en el sofá, con el celular en la mano. La besé y me recosté.
  Los días siguientes a ese, fueron similares. Poco a poco se convertía en costumbre salir del trabajo e ir por una cerveza. Volví a probar aquel polvo blanco que me hacía sentir como un Dios.
  Llegaba a casa y ahí estaba ella, reclamándome, gritándome, como si no fuera suficiente todo el dinero que le daba para la comida, la luz, el agua y el gas. Había noches en las que no llegaba a casa, por el simple hecho de no querer escuchar sus reclamos.
  Cierto día llegué temprano del bar, entré y estaba ella en el sofá sentada con otro hombre. La tomé de los cabellos, la abofeteé y la arrojé hacía el buró, tomé al hombre con el que estaba, y lo golpeé mientras ella gritaba, «No le hagas daño, es mi padre, por favor, detente».
  Dejé de golpearlo y observé su rostro, un pobre hombre de 50 años, débil, indefenso.
  Ella corrió a la habitación, tomó su maleta y la lleno de ropa y pertenencias. La intenté detener, pero ella ya estaba decidida. La tomé lo más fuerte que pude del brazo, ella estaba llorando, mientras que sus mejillas se inflamaban cada vez más debido mis golpes.
— Cuando el silencio sea la única persona que responda tus llamadas – Dijo ella – te acordarás de mí.
  Salió de la casa y de mi vida.
  Estoy solo. Perdido. Me convertí en el monstruo del que tanto juré protegerla. Ahora lo único que me queda, son mis demonios que cada noche me atormentan, que cada noche me reprochan, que me van matando lentamente, justo como maté lo nuestro.