El humo iba en decadencia de forma ascendente. La habitación se convirtió en un sauna con nubes hilarantes, y tú seguías a mi lado.
Tus ojos de esmeralda se inundaban de azufre volcánico, mientras tus pupilas miraban las mías. Solo éramos tú y yo contra el mundo.
A nuestro al rededor un gran silencio empapaba la habitación, solo podíamos escuchar nuestros latidos que poco a poco se aceleraban. El reloj marcaba las nueve, pero en nuestros corazones eran las cuatro veinte.
Sentado en el suelo y tú recostada en mis piernas, viajamos a un mundo de paz. Nuestras mentes se abrieron, buscando la luz de la sabiduría interna. En un minuto dejamos de ser tú y yo, para convertirnos en un nosotros. Y en la oscuridad de la habitación solo se escuchaban risas entrecortadas, sin razón, sin gracia, éramos nosotros mofándonos de todo lo que nos rodeaba.
De pronto comenzamos a sentir secas nuestras bocas, teníamos sed, sed de nuestros besos. Comenzamos a sentir hambre, hambre de nuestros cuerpos. Y en un parpadeo, en medio del viaje, sin cinturón de seguridad, unimos nuestros espíritus para la eternidad.
Éramos tú y yo. Éramos nosotros. Éramos el humo. Éramos nuestro propio viaje. Éramos nuestra propia droga.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario