miércoles, 21 de octubre de 2015

El Rinoceronte

Hace poco veía a una mujer jugar en la máquina de peluches. Había cientos de ellos – la mayoría acomodados con la posibilidad de salir –, pero ella se aferraba a un rinoceronte que se encontraba casi al fondo, con sólo la cabeza asomada a la superficie de ese cubículo de cristal. Era imposible que ella lograra sacarlo, pues la garra de la máquina tenía un agarre débil. Aún apesar de ello, ella no desistía, había despilfarrado tal vez unos ochenta pesos, casi lo mismo que le hubiera costado comprarse uno nuevo en cualquier tienda de regalos. Pero ella no se rendía, seguía empeñada y creyendo que podría sacar ese peluche.
Nunca supe si pudo sacarlo, decidí irme y no malgastar mi tiempo en ver a alguien haciendo una estupidez.
Al poco tiempo me puse a pensar nuevamente en ese escena y meditar en algo un poco más profundo, digo, tal vez ese no era un peluche, era El Rinoceronte. Y justo como yo la observaba a ella entercarse por ese peluche, así mismo nos observaba la gente a diario al ir detrás de la misma persona de manera ciega y estúpida.
Sé que hablábamos de un peluche, pero hay un mensaje más allá de eso. Tal vez ese peluche representa perfectamente a esa persona que nos gusta, la que apesar del tiempo no podemos sacarla de nuestra cabeza, esa por la cual morimos un poco a diario, y esa mujer, la que se empeña en sacarlo, a la que no le importa despilfarrar dinero y tiempo por él, somos nosotros. Y en esta triste tragicomedia romántica, mi personaje representa a las personas que nos rodean, esas que son las únicas que se dan cuenta de nuestras estupideces, de lo absurdo que es sacrificar tanto por algo que tal vez no nos haga del completo felices, o no sea lo que nos convenga. Pero apesar de ello seguimos aferrados, porque es El Rinoceronte.
Si pensamos por un momento en tener un golpe de suerte, y poder sacar de la máquina a nuestro peluche, ¿qué pasará después? En esta suposición sólo caben dos alternativas.
1. En la más positiva, al fin seríamos felices, sentiríamos que ya nada nos falta, que todo valió la pena, que a partir de ese momento la vida nos va a cambiar, dará un giro de 180° grados.
2. En la más realista, nos daríamos cuenta de lo vacío que es, que a fin de cuentas no lo necesitábamos, que era un simple capricho. Que todo el tiempo y dinero despilfarrado no valdrá la pena, y más allá de eso, que nadie nos va a devolver nada. Que al final dejaremos ese peluche arrumbado y podríamos cambiarlo con gran facilidad sin importar nada.
Tal vez es una forma de pensar muy negativa, pero es un poco realista. Es una perspectiva cruel pero que suele pasar muy seguido en esta vida. ¿Por qué no optamos por cambiar la página? Elegir algo diferente. Dejar de esperar a que pase, vivir de ilusiones, dejar de hacer castillos en el aire y arriesgarnos a ir tras lo desconocido. Salir de nuestra zona de comfort.
Espero algún día encontrar a esta mujer y saber si ya tiene su rinoceronte, saber si es feliz, o saber si al final decidió optar por otro peluche, uno por el cual no haya tenido que batallar demasiado y tal vez le brinde la misma felicidad.
En fin, hasta entonces seguiré escribiendo.

¿Qué más da?

Sé que no seré el primero ni mucho menos el último. Que no voy a ser yo quien te envíe los buenos días ni las buenas noches a diario. Estoy consiente de que no llegaré a ser tu primer pensamiento por las mañanas ni el último antes de acostarte. Sé que no seré ese a quien le presentes a tus padres, al que lleves a las fiestas familiares, el que te tome de la mano mientras pasean por el vecindario. Sé que no voy a ser el cosquilleo en tu vientre, ni tu ansiedad, ni tus desvelos, ni tus lágrimas. Que no seré el amor de tu vida, ni tu primer amor, ni quien te enseñe a olvidar.

Créeme estoy consiente de que no habrá un por siempre, ni un final feliz entre nosotros. Pero mientras hoy te mire a los ojos y sepa que esa sonrisa es por mí, ¿qué más da lo que pueda suceder mañana?